sábado, abril 05, 2008

El inicio de un nuevo inicio

Solo el golpeteo inconstante y antojadizo de la persiana en el marco de la ventana me recuerda de alguna forma que debo salir del último sueño y decidirme a atravesar, de una vez, y dejando de lado la inercia, los millones de kilómetros que alejan mi cama de la ducha.

Los amaneceres de marzo se burlan de mí con sus imprudentes rayos de sol, se hacen presentes invasivos pero comprensivos de mi estado de letargo. Son una metáfora acertada de los propios amaneceres de mi vida, esos que aparecen de vez en cuando revitalizantes, a terminar la agonía de épocas de sombra. Que asoman a la vuelta de agitadas esquinas, cuando la esperanza está encarcelada en nuestro propio pesimismo.

Amaneceres que curan heridas de guerras necesarias con mujeres no tanto, amaneceres que hacen crecer sonrisas en terrenos erosionados por la costumbre aplastante que produce el miedo a dar el paso más largo. Es la vida que me pide su parte del trato para escribir la última letra del capitulo, me mira con su odiosa mirada desafiante y me invita a darle el golpe de gracia a la cobardía, desacostumbrarme a la costumbre, y que ella se desacostumbre de mí, haciéndome cargo del dolor que queda, sufrir lo último para no sufrir en este nuevo principio. Ser valiente, y llorar para serlo más, abrir la cortina al nuevo día que nace niño, atesorar errores añejos en el cofre sobre tu velador y abrirlos solo con la llave de una conversación de amigos cómplices.


Este marzo me trae días sin horas y horas sin minutos, me trajo tiempo sin tiempo, me trajo sueños ausentes y llantos sin lágrimas, como quemando los restos de otra vida ya difunta y abriendo la puerta pesada a un camino desconocido para darle una oportunidad a la sonrisa que a veces reprimo, escuchar con paciencia aquel sueño ignorado, alimentar con un poco de amor ese sexo huérfano o quizás darme el animo para revivir aquella planta seca en la esquina asoleada de mi balcón.

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